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"La objetividad es la ilusión de la observación sin observador" (Heinz von Foerster)
UN ATAQUE DE MELANCOLÍA
En la Argentina las epidemias de polio se desataron en 1952 y en 1956 – (9.200 casos, 3,3 % de mortalidad, importantes secuelas nerviosas y motoras en la mayoría de los sobrevivientes) cuando la vacuna Salk aun no había llegado.
Como se desconocía el origen de la enfermedad y el modo de transmisión, la población argentina se limitaba a modo de prevención, a pintar con cal los árboles y cordones de las calles de cada pueblo y ciudad o a colgar del cuello de los escolares una bolsita con alcanfor, con la creencia de que esta sustancia evitaba el contagio.
El 13 de marzo de 1953 Jonas Salk decidió inocularse la primera vacuna antipolio que acababa de inventar. Fue todo un éxito.
Salk donó el descubrimiento y el método para producir la vacuna. "No hay patente. ¿Acaso alguien podría patentar el Sol?", le dijo a los periodistas.
Pese a aquel gigantesco paso en bien de la humanidad, muchos de sus colegas no encontraron méritos suficientes para destacar a Salk. Por el contrario, aquellos científicos llegaron a considerar que el vencedor de la polio había recibido más elogios de los que merecía. Nunca le dieron el Premio Nobel. Ni lo incorporaron a la Academia Nacional de Ciencias de su país. Muchos de sus colegas, por el contrario, no le perdonaban salir en las tapas de las revistas Life o Time.
En estos días, la gripe porcina es pandemia y discutimos estadísticas.
Se la combate con zanamivir (Relenza, Glaxo Wellcome, London, United Kingdom), y el oseltamivir (Tamiflu, F. Hoffman-LaRoche Ltd Pharmaceuticals Division, Basel. Switzerland).
El sol sigue brillando, pero hay patentes.
No se si he sido claro.
Con alarmante frecuencia, alguna discusión en la sobremesa de las pizzerías concluye con la franca atribución de culpas y responsabilidades por los tropezones propios, a terceros no siempre involucrados.
Si bien las macanas de quienes nos conducen hacia un futuro venturoso (que deviene en venturoso al ser siempre futuro) sobrepasan holgadamente cualquier meritorio esfuerzo individual, las cosas no son exactamente así.
Amores contrariados, negocios fallidos, derrotas deportivas, son achacados a las influencias de algún otro, y jamás a la propia ineficiencia, falta de oportunidad, o ignorancia.
Esta manía sobrepasa con creces la proyección psicológica que nuestro terapeuta (si es eficiente), gentilmente saca a relucir para abortar los mezquinos intentos perpetrados para borrarse de la propia neurosis.
Porque, y ya es hora de denunciarlo con valentía, el tipo es un consuetudinario divisor por dos.
El universo se expande a la velocidad de la luz, mientras el sujeto mira las Tres Marías sintiéndose espectador, pero nunca parte.
Los políticos se roban los dineros públicos, y el fulano indignado sigue trepando hacia el lugar de la supuesta impunidad.
El siglo XXI cumple diez años, mientras nos queda menos por vivir.
El nene no me come, el jefe no me quiere, fulano me cagó.
El asunto no es patrimonio exclusivo de los habitantes del barrio, pero dejaremos para otro momento comentar los argumentos de los mercaderes, tales como que la contaminación del aire o el espesor de la capa de ozono obedecen al uso de desodorantes en aerosol. La diferencia parece ser que en ese caso se trata de intereses, y en lo que nos ocupa, mero desinterés o pereza.
Los números, como las palabras, dejan de ser mecanismos de comunicación de ideas para transformarse en vanos intentos de eficacia discutible para ocultar lo insoportable.
Un trasnochado de la generación del setenta, que entre otras irregularidades detentaba el pensamiento, propuso luchar contra lo que denominaba la magia del número tres. Era falaz proclamar que existían tres posibles variantes del razonamiento político: ser progresista, ser conservador, ser moderado. O se era revolucionario, o no se era nada.
Y ahora, a la sombra de demasiados cadáveres, en un milenio incierto pero globalizado y por Internet, quien esto escribe sospecha que la disputa sigue siendo una cuestión numérica, y postula una nueva falacia numérica y evitadora.
Existen tres bandos perfectamente identificados: estamos irremisiblemente divididos en poderosos, resignados, y pelotudos.
Pececitos de colores para todos ellos.
Buenas Tardes.
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